La Opinión Independiente

El Pensamiento de Dios sobre el Discipulado Bíblico (Última parte)

01.01.2010 01:12

El Discípulo Desde el Punto de Vista de la vid

(Juan 15:1-11)

Este pasaje de las escrituras es muy importante, pues las enseñanzas que “esconde” la vid, son muy útiles a la hora de entender de qué depende la vida y el desarrollo del discípulo. En primer lugar notemos quienes son los protagonistas de esta “lección objetiva” que el Señor nos ha dejado en su creación (Rom. 1:20); El primero es

“La Vid Verdadera”: (V. 1) La Vid es una planta muy particular y al notar sus características, nos daremos cuenta de por qué el Señor la usa tan seguido como ejemplo para explicar cosas espirituales. Por supuesto que no es el propósito de este escrito ofrecer un estudio en profundidad, pero te animo a que lo hagas por vos mismo, comenzando por ir a un viñedo para que alguien te explique todo el proceso del cuidado de una vid. Vasta decir aquí que, según la expresión del Señor, existe una vid falsa. Sin embargo él aclara que es “la verdadera”. Eso es importante. Porque podríamos a aferrarnos a una vid falsa o extraña (Jer. 2:21) La verdadera vid tiene vida. Jesucristo es la cepa, es decir, el tronco principal y grueso de la planta que lleva vida al resto de la vid. (Jn. 14:6).

“El Labrador: (V. 1) Cristo dice: “mi padre es el labrador”. Eso significa que, aunque Cristo juega un papel vital en la salvación de los hombres, es Dios el encargado del cuidado y crecimiento espiritual del creyente. Recordemos que Dios es el que disciplina, recompensa y proporciona el crecimiento del creyente y de su iglesia. (Hbre. 12:6,7; Hbre. 11:6; 1 Cor. 3:6; Col. 2:19)

“El Pámpano”: (V.2) El sarmiento, es “la rama” de la vid que se va extendiendo. El Pámpano es el vástago que brota del sarmiento el cual llevará el fruto. Cuando el pámpano viene mal, comienza a cambiar de color y a ponerse del color de la cepa (amorronado) el trabajo del labrador es vigilar que eso no pase, porque terminará amarronando todo el sarmiento. Si la rama se amarrona, se convertirá en un sarmiento que no sirve, quitándole fuerza a la cepa. Por lo tanto, el labrador debe limpiar el pámpano cortándole todas esas partes que le quitan fuerza a la rama con la esperanza de que dé fruto, pero si no da fruto, ese pámpano debe ser cortado y, finalmente, la rama. En la zona del cuyo argentino, a las ramas cortadas se les llama sarmientos. Los sarmientos se cortan de la planta y se ponen a un lado para ser quemados.

La Limpieza: (v.3) Cristo aclara a los discípulos que ellos ya están limpios. Es decir, ya están listos para que comiencen a dar fruto. ¿Por qué están limpios?: “Por la palabra que os he hablado”. En otras palabras, todas las enseñanzas que Cristo les impartió en esos tres años que les estuvo discipulando los ha limpiado. Pero en este punto cabe señalar que ellos estaban limpios porque habían aceptado esa enseñanza, de lo contrario no lo estarían (Jn. 8:37), también la habían creído (Jn. 5:24), habían permanecido (Jn. 8:31), La habían guardado como consecuencia del amor que le profesaban (Jn. 8:51; 14:23). Porque la Palabra de Dios es poderosa para producir limpieza espiritual a aquellos que la aceptan y la creen, pero para aquellos que rechazan, les es locura y no la pueden entender (1 Cor 1:18; 2:14; Sal. 119:9; 19:7). Es decir que la Palabra de Dios es la herramienta que el Señor utiliza para limpiar a sus pámpanos.

La aplicación: (V. 4-5) Finalmente el Señor nos explica cómo es posible llevar fruto. El fruto se logra permaneciendo en Cristo. ¿Qué significa eso? Para permanecer en el amor de Cristo, es necesario guardar sus mandamiento (Jn 15:10) guardar lleva implícita la idea de cumplirlos, de ponerlos por obra. No podemos llevar adelante una buena relación con nuestro patrón, si no cumplimos con lo que nos pide. Seguramente nuestro patrón deberá despedirnos pues no hacemos las cosas como nos pide, retrazando de ese modo el trabajo. Lo mismo sucederá con aquellos pámpanos (creyentes) que impiden el crecimiento (V6) Porque la vid, es el ejemplo que nos da el Señor para reafirmar la idea de que el discípulo está para dar fruto (V. 8). Y el discípulo que da fruto, es porque está siendo alimentado por la sabia de la cepa, porque la cepa es Cristo y Cristo es vida y la vida debe ser trasladada desde las ramas a los frutos. No nuestra vida, sino la de Cristo, (Jn. 14:6) cuando comenzamos a dar fruto, entonces empezamos a cumplir con aquello para lo cual fuimos creados, como consecuencia hay buena comunión con Cristo (V. 7); Y gozo y satisfacción en nuestras vidas. (V. 11)

 

El triple énfasis del discipulado Bíblico

 

¿Cuál es la razón por la cual hemos comparado el crecimiento del creyente con un árbol, la vid y con el desarrollo biológico de un ser humano? Simplemente porque la Biblia lo hace. Pero… ¿Por qué lo hace? Porque toda la creación de Dios tiene un propósito sublime: Tratar de explicarnos mediante ejemplos objetivos, las verdades espirituales he invisibles de un Dios fuera de la capacidad humana de comprensión. En otras palabras, toda la creación es una gran lección objetiva sobre las verdades espirituales de Dios (Ro. 1:20). Sin embargo, no podemos tomar cualquier cosa creada por Dios para luego espiritualizarla a nuestro arbitrio. Es por eso que el discipulado no puede ser comparado con otra cosa que no sea los ejemplos que la Biblia sugiere. En nuestro caso son: El árbol, la vid y el desarrollo humano. Esto es así, porque estos tres ejemplos enfatizan tres aspectos importantes en el desarrollo espiritual del discípulo. Veámoslos por separado.

 

El Árbol: El énfasis del árbol no se encuentra en el fruto, sino en la necesidad que tiene el fruto de morir. En la observación del fruto está el secreto de la muerte. Así como para que la semilla toque la tierra es necesario que la parte externa del fruto muera y se pudra, y así como es necesario que la semilla se humedezca con la fermentación del fruto y el contacto con la tierra para poder morir y dar paso a la planta. Así debe suceder con el discípulo. ¿En qué se parece el fruto al árbol? En nada. El fruto se convierte en el árbol, sólo cuando muere totalmente. El árbol nos hace ver que la muerte que te conduce a producir fruto, es un proceso. Es imposible que un fruto se convierta en árbol de manera instantánea. Lo mismo pasa con el discípulo. Una “nueva criatura” no puede dar fruto de manera instantánea. No la clase de fruto que Dios está esperando de él.

El fruto que Dios espera: El fruto que Dios está esperando del árbol tiene dos características importantes:

·         Nunca se espera que de poco fruto (Mat. 13:8): Un Discípulo puede dar 100, 60 o 30, de acuerdo con su propia naturaleza. Porque así como todos los árboles no son iguales, lo mismo ocurre con el discípulo. Cada discípulo es único e inreproducible. Sin embargo no se espera del discípulo que produzca a uno por uno. A lo largo de una vida, es muy difícil que un discípulo maduro, pueda reproducirse en tan sólo una o dos personas. Precisamente porque el propósito para el que fue creado (Efe. 2:9) le conducirán inevitablemente a hacer lo que su nueva naturaleza le indica que debe hacer. (2 Pe. 1:4)

·         Se espera que el fruto permanezca. Una de las características de nuestros tiempos, es el excesivo hincapié que se hace en “ganar almas”, con la idea equivocada de que al hacerlo, estamos cumpliendo con la gran comisión. Es interesante leer las cartas de nuestros misioneros plagadas de profesiones de fe (¡Y doy gracias a Dios por estos esfuerzos por compartir la Buenas Nuevas con otros!) Sin embargo, nos damos cuenta que a lo largo de los años, ese fruto no ha permanecido. ¿por qué? Porque no hemos entendido que el señor no nos mandó a Evangelizar, sino a hacer discípulos. “Discipulado y Evangelismo son dos caras de una misma moneda: La Gran Comisión” (cita de Jeff Adams). Y si no llevamos a ese fruto a alcanzar la madurez espiritual (ya sea por ignorancia o por cualquier otro motivo) no estamos cumpliendo con la Gran Comisión que nos ha sido asignada.

En otras palabras, el árbol hace énfasis en la muerte del fruto para poder alcanzar el propósito para el cual ha sido creado en Cristo Jesús. El árbol nos dice que el discípulo debe morir para madurar hacia el árbol que da fruto. Debe morir externa como internamente y resurgir en algo nuevo, distinto al fruto, pero capaz de reproducirse.

La Vid: Al observar atentamente la vid y lo que Cristo dijo sobre ella, llegamos a la inevitable conclusión de que este ejemplo nos habla de la dependencia que el discípulo debe desarrollar en su vida cristiana. Una dependencia a Cristo. Cristo es la Vida (Jn. 14:6), y esa vida es transmitida por los pámpanos hacia el fruto. Vemos que Cristo (La Vid verdadera) da vida a los pámpanos (Discipuladores o creyentes maduros) y que esa vida es transmitida a través de los pámpanos (Discipuladores), al fruto (discípulo). En este ejemplo podemos apreciar la enorme responsabilidad del discipulador en la tarea de ayudar al discípulo a desarrollarse y convertirse en un buen fruto. No hay buenos frutos, si no hay vida nueva en los pámpanos. La sabia debe ser pura, sin ningún tipo de enfermedad. Mientras el pámpano se mantenga fuerte, sano y verde, estará en condiciones de dar fruto. El discipulador debe ser una persona espiritualmente fuerte (Isa. 40:31) para poder decirle al discípulo: “Sé un imitador de mí, así como yo lo soy de Cristo” Porque separados de Cristo, nada podemos hacer. (Jn. 15:5) Un creyente que no permanece en Cristo, será puesto a un lado, catalogado como inservible. Es decir: Tarde o temprano dejará la iglesia y el Señor deberá tratar personalmente con él. (Jn. 15:6; 1 cor. 5:5; 11:30; Hbre. 12:28,29)

 

El Desarrolle De La Vida Humana: posiblemente, si tu familia está medianamente bien organizada de acuerdo a los parámetros bíblicos, éste es el ejemplo más fácil de captar. Raramente le prestamos atención al desarrollo del árbol o la vid. Sin embargo, todos hemos sido criados en una familia. La familia se compone de un padre, una madre y los hijos que esa unión reproduzca. Si quieres saber exactamente cómo ser un buen discipulador, debes amar a tu discípulo como a tu propio hijo. (1 Tes. 2:11; 1 Tim. 5:1) criarlo espiritualmente como crias a tus hijos en la carne. Los vistes (Apoc. 3:17), les das de comer (Mat. 4:4), les enseñas a medida que crecen (2 Tim 2:14; 4:2), los disciplinas (Hbre. 12:9). ¿Cuál de todas estas cosas haces primero? ¿No aplicas todas estas cosas conforme lo requiere la situación y el grado de madurez de tus hijos? ¿No lo haces esperando que algún día ellos se valgan por sus propios medios? La satisfacción de un padre es ver que sus hijos ya no dependen de él, entonces un padre puede morir tranquilo. Su hijo está preparado para vivir su propia vida.

Esta comparación nos habla de PROCESO DE MADUREZ. Todos sabemos que para que un hombre y una mujer puedan desarrollarse aceptablemente dentro de los parámetros humanos dictados por la sociedad, es necesario que, no sólo se críen en el marco de una familia, sino que es importante que ese marco familiar cuente con determinadas características optimas de “buena salud” mental, social y psicológica. Lo mismo ocurre con el discípulo. No podemos esperar que, si nos toma 21 años criar a un ser humano para que alcance dicho grado de madurez, exigir que nuestros discípulos maduren en tan sólo unos meses. La madurez de un discípulo suele tomar algunos años, sin embargo, cuando éstos la alcanzan, entonces pueden valerse por sí mismos y reproducirse inevitablemente.

 

Conclusión Final

 

La vid, el árbol y el desarrollo de la vida humana. Aquí se encuentra la clave para ahondar en el discipulado bíblico. Si los observas, te darás cuenta cada vez, de más y más detalles que te conducirán a la inevitable conclusión de que no puede haber pragmatismo en la manera en que desarrollamos nuestros ministerios eclesiásticos. El señor Jesucristo nos dio un modelo de discipulado. El pensamiento de Dios en cuanto a COMO debe hacerse la obra ya está expresado explícitamente en Su Palabra. Hacer cualquier otra cosa, es hacer las cosas de manera distinta a como Dios pidió que lo hagamos. Una y otra vez enseñamos que la iglesia no son los edificios sino los creyentes bautizados que la componen. Sin embargo, nuestro trabajo siempre apunta a tratar de que la congregación llene el edificio. Pero… ¿Cuál es el ministerio que como Pastores somos enviados a realizar?

Nuestro Ministerio: (Efe. 4:11,16) “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, 12a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, 13hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; 14para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, 15sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, 16de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” ¿Cuál es entonces el ministerio? ¿Son las reuniones de jóvenes? ¿Son las reuniones de oración? ¿Consiste nuestro ministerio en lograr que la gente asista con regularidad a la iglesia? ¿Es acaso llegar a perfección homilética en nuestros púlpitos? En realidad es: PERFECCIONAR A LOS SANTOS PARA LA OBRA DEL MINISTERIO. En otras palabras: Es edificar vidas (Ro. 15:20) Sin importar cuántas personas asisten a tu iglesia, mientras estés invirtiendo tu vida en la vida de otros, estarás cumpliendo con tu ministerio.

¿Hasta cuando debemos edificar vidas? “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe”. Ese “Todos” te incluye a ti. Porque al volcar tu vida en la vida de otro, aprendes mucho. Te ayuda a madurar. “Todos” incluye al Pastor. De ninguna manera el Pastor debe pensar que su discípulo no puede enseñarle nada. Al contrario, El discipular nos hace bien porque nos ayuda a madurar en muchas áreas. Sólo discipulando te vas a dar cuenta de en cuántas áreas te beneficiarás haciéndolo.

¿Se puede medir la madurez espiritual?: Manejando estos conceptos sí. Si tienes la bendición de ser padre sí. Simplemente debes observar el desarrollo de tu hijo, estudia las verdades espirituales en cuanto al crecimiento espiritual del creyente y compáralas. Con la práctica te darás cuenta por las actitudes de tu discípulo en que grado de maduréz espiritual se encuentra. ¿Es un bebé? ¿Es un niño? ¿En un hijito, es joven, padre responsable, maestro o anciano? Y conforme a su madurez, podrás ministrarlo con la Palabra de Dios. ¿Qué cómo se hace eso? Eso es otro estudio que amerita mucha discusión ya que aunque sí es posible que captes la enseñanza que en este breve estudio se vierte, existen diversas maneras en que se han implementado. Personalmente pienso que la Biblia sólo nos da margen para hacerlo de una sola manera. La verdadera intención de este estudio es animarte a que sigas adelante. Quiero que sepas que sí puede haber perspectivas de crecimiento ilimitado para tu obra, sin importar en el lugar donde te encuentres. La Biblia ya ha probado que puede penetrar cualquier cultura y país. En algunos lados, la obra es más rápida que en otros, pero lo importante es que sepamos que sin importar a la velocidad que avance tu obra. Es la voluntad de Dios que siempre esté creciendo. Y como habrás notado, no se necesita ni plata ni oro para hacerlo. (Hch. 20:33-35; Hch. 3:6; 1 Cor 10:33; 1 Tim 2:4)

Es mi deseo que este escrito halla sido de bendición a tu vida.

 

Con amor en Cristo;

Héctor Horacio Luisi

Tu consiervo en el Señor

 

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